¿Cuántas deseábamos, cuando éramos pequeñas, ser una reina de belleza? Llevar una corona en nuestra cabeza parecía ser uno de nuestros sueños más grandes. Sin embargo, conforme fuimos creciendo, para la mayoría de nosotras, esto no fue una meta. ¿Por qué?
Y es que los tres pilares de los concursos de belleza son: estereotipos inalcanzables, requisitos incumplibles y una pobre obsesión por la apariencia.
Hay quienes se esfuerzan por disfrazar estos concursos de sueños cumplidos.
- En el caso de las mujeres, sus medidas deben ser 90-60-90.
- No pueden ser madres, ni estar casadas.
- Claro que las cirugías estéticas están permitidas, así como cualquier tipo de tratamiento cosmético.
Las misses
Ser «la más bonita» tiene un costo altísimo para las misses. Ellas necesitan patrocinadores para costear todos los tratamientos y llegar a la cima.
Uno de los países «productores» de Misses Universo es Venezuela, ya que cuenta con un «plan de trabajo» que pocos países tienen. Algo así como una fábrica de mujeres hermosas, a las que exponen, comercializan y exigen disparates para llevarse la corona más codiciada por las modelos.
Ser Miss Venezuela es uno de los sueños más comunes entre las niñas pequeñas. Desde los 10 años compiten por ser la más bonita, la más delgada, o la más elegante. Esto, sin reparar en los costos que cada una de esos objetivos pueda significar.
En el reciente documental de Netflix, To be a Miss se deja en evidencia la mercantilización de la belleza y los descabellados requisitos que les imponen a las chicas.
Ser «hermosa» sin reparos
Decirle «gorda» a una chica que pesa 50 kilos, pedirle que se opere el busto para «que sea más hermosa». Incluso, llevarla a una cena con un empresario para que patrocine su «campaña». Todo esto y más es aceptado en el mundo de la moda.
Si te dieran a escoger entre ser una miss y exponerte a todo lo que requieren para serlo. ¿Realmente lo harías?