Dijo Albert Einstein: «Solo hay dos formas de vivir la vida: una, es pensando que nada es un milagro y la otra, es creer que todo lo es.»
Por Janett Díaz
Mejor dicho, imposible. Cuando aprendes a ver los pequeños milagros del día a día, una sensación de gratitud invade tu vida. No siempre lo digo en voz alta, (y tal vez deba) porque si tengo mucho que agradecer. Y no sólo este año, a través de toda mi vida.
Mientras estaba armando este escrito, pasó algo que me dejó desconcertada. Pero aún así, me mantengo firme y con más convicción en pensar que es mejor admirar y agradecer los pequeños milagros. Enfocarnos de manera consciente en las agradecer las cosas (tangibles o intangibles) tiene importantes beneficios emocionales e interpersonales. Sólo mira a tu alrededor, tendemos a gravitar hacia personas que son alegres, positivas y agradecidas. ¿Y saben porqué? Porque se siente bien.
Es emocionalmente agradable sentir la paz que brinda la gratitud. Y no confundamos la gratitud con conformismo. A veces pensamos que las personas que ven lo bueno hasta en las peores circunstancias, lo hacen porque no les queda de otra. Cosa que no está más lejos de la verdad. Aprender a distinguir un pequeño destello dentro de un montón de carbón es un privilegio. Es saber ver la vida de otro color.
Pensemos juntos: ¿por qué debo estar agradecido?
Les dejo esto que siempre me ayuda a recordarlo…
Estoy agradecida por:
- madrugar, pues hay niños que cuidar
- por una casa que limpiar, pues hay un hogar donde vivir
- por los platos por fregar, pues hay comida en la mesa
- por una familia escandalosa, pues hay diversión
- por hijos preguntones, pues quieren aprender
- por acostarme adolorida y cansada, pues significa que ¡estoy viva!
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