Hace unos días, mi pequeño gigante cumplió su primer año. Siempre pensé: cuando mi hijo cumpla un año escribiré lo que siento, para luego, cuando crezca, volverlo a leer y revivir este maravilloso momento. Sin embargo, tengo que admitir que con solo pensarlo se me hace un nudo en la garganta. Me llena de emociones.
Por María Luisa Osácar
Nadie jamás se imagina lo que es tener un hijo. Uno puede creer saberlo, pero la verdad es que no. Puede sonar a cliché, pero definitivamente es algo que te cambia la vida. A mí me la cambió en muchos sentidos y mucho antes de que lo conociera en persona.
Cuando llega tu primer hijo aprendes muchas cosas. Por supuesto, la principal, aprendes a ser mamá. En mi caso, ha sido una oportunidad increíble para aprender mucho más allá.
Aprender más sobre la vida, el trabajo, la familia, las amistades, la importancia de la honestidad y los valores. En fin, lo que tiene realmente cuenta en la vida.
«Conocí la verdadera inocencia»
Fue un año increíble, un año que pasó volando y que cuando veo a mi pequeño me doy cuenta de lo valioso que es el tiempo. Cada segundo que pasa, él crece, se hace más fuerte, aprende, y poco a poco, se va haciendo más independiente. Por eso, aprendí a valorar cada segundo que he pasado con él, en el día, en la noche o en medio de la madrugada. Cada momento ha tenido su valor especial, para divertirnos, para llorar juntos, para soñar.
También, volví a ser una niña. Para reavivar mi imaginación y soñar como hace años no lo hacía, solo con la finalidad de hacerlo a él también soñar.
Conocí la verdadera inocencia a través de unos ojos cuya mirada es tan pura que te hace reflexionar sobre tus actos, sobre tu vida y desear querer hacer siempre lo mejor para que esa inocencia no se pierda en el camino.
Tengo que admitir que también me enseñó cuánto me quieren mis papás. Los hijos jamás dimensionamos el amor que nos tienen nuestros padres. No, hasta que tenemos nuestros propios hijos.
Gracias mi pequeño gigante. Gracias por enseñarme que, aunque nos caigamos, tenemos que levantarnos una y otra vez, hasta lograrlo. Gracias por enseñarme a observar las cosas, por más simples que sean; a valorar las hojas del jardín y a disfrutar la brisa. Muchas gracias por ayudarme a conocerme y por darnos tanto amor con tan solo una sonrisa.