Cada vez que tengo que enfrentarme a un cambio en cualquier área de mi vida, siento que el miedo me paraliza y lo paso francamente mal. ¿A qué se debe? ¿Hay alguna forma de gestionarlo para que esto no me suceda y que los cambios no me pesen tanto?
¡Muchas gracias por tu consulta! La verdad es que este es un tema con el que creo que muchas personas se sentirán identificadas.
En general, los cambios cuestan porque nos obligan a transitar por un terreno poco agradable y a menudo complejo, que además, en numerosas ocasiones, no hemos elegido.
Se pueden dar en cualquier área de nuestra vida: el cambio que implica enfrentarnos a una ruptura de pareja, ser despedidos de nuestro trabajo o tener que empezar en uno nuevo, un cambio de ciudad, cambiar de vivienda, un cambio de responsabilidades dentro de una misma empresa, tener que quedar con gente que no conocemos, etc…
Es importante tener claro que todos, sin excepción, estamos preparados para hacer frente a cualquier cambio que nos imponga la propia vida, aunque es ciertamente lo vivamos tan mal.
¿Por qué los vivimos tan mal?
Principalmente por dos motivos:
- Un cambio es una pérdida. Vivir una pérdida significa que dejamos de tener eso que formaba parte de nuestra vida y de nuestras rutinas, aquello a lo que estábamos acostumbrados y, de repente, todo es distinto e incómodo. Tendemos a rechazar lo nuevo y si no es un cambio elegido, nos conecta con sentimientos de negación, rabia, frustración y tristeza. Y esto, evidentemente, nos produce malestar. Por ello es importante comprender que todo cambio (por ser una pérdida) implica tener que hacer un proceso de duelo que nos permita llegar a la aceptación de lo nuevo y, después de aceptarlo, que seamos capaces de hacerle un hueco nuestra vida.
- Un cambio implica salir de nuestra “zona segura”. El cerebro siempre busca protegernos. Su función principal es la de mantenernos en vida, asegurarse de que no nos exponemos a ningún riesgo que pueda suponer un peligro para nuestra supervivencia. Es por este motivo, que cuando detecta que estamos ante una situación que no conoce, es decir, a la que no nos hemos enfrentado nunca antes y que por ello, puede ser peligrosa, opta por paralizarnos hasta que estemos seguros de que no hay nada que temer.
La forma que tiene de analizar la situación es obligándonos a detenernos a través de: pensamientos limitantes como “No voy a ser capaz”, “Y si dejo esta relación y luego me quedo solo/a y no encuentro a nadie más que me quiera”, “Y si me mudo y luego no me adapto a ese piso nuevo o echo de menos mi vida anterior”, “Y si no estoy a la altura de este trabajo que me están proponiendo mis jefes”; y de síntomas físicos como taquicardia, ansiedad, insomnio, obsesión o parálisis cada vez que pensamos en ello o nos proponemos dar un paso en esa dirección.